sábado, 16 de julio de 2011

La Novena

Una vez conocí al amor de mi vida. Le dije que le amaba y solo me dijo que yo ya estaba muerto. Ninguno de los dos sabía la estupidez en sus palabras: era muy evidente la veracidad de su afirmación. Hoy, acostado y sobre mis cobijas, sudaba en mi habitación mientras un bebe que ya conocía, no nacido aun, me visitaba. Venía acompañado. Entre sus brazos, una niña más pequeña se balanceaba. Pequeñas almendras ocupan el lugar de sus ojos. Era hermosa. Tan fea cómo su madre y tan hermosa como su padre. Podía ver su piel, podía ver cada uno de sus músculos y todas las gotas de sangre en sus venas y arterias. Era violeta, tal vez fucsia, nunca aprendí a diferenciar los colores. Solo cuando abrió su boca pude ver sus labios, y solo cuando me mostró sus manos pude oír su historia.

Rechazo, decepción, hipocresía, mentiras y corazones rotos, que tonta ella sin saber que su historia era la de todos los demás. Sin embargo no se callaba, tenía algo más por decir: un favor personal. Mis oídos rugieron. Un muerto más pidiéndome un favor mas, alguien debía enseñarles que los muertos están muertes y no deben hacer mas, alguien debía enseñarles también que hacer favores no era mi trabajo, que aunque ni yo ni nadie supiera cual era, ese precisamente no era y no por designación divina y superior, por simple deseo egoísta de no complacer si nadie me ha complacido a mí. Pero mis manos no fueron lo suficientemente solidas y su boca no era la fuente del sonido, taparle la boca no haría nada, yo era un tonto pensando que el origen de su voz era ella, de todos modos.

No deseaba estar viva. La entendí. ¿Quién querría hacerlo? Es una vida llena de mierda y aun si no la pisas, solo por estar vivo tienes que olerla. Pero no la podía ayudar y aun no estaba consciente que eso solo significaba lo mismo a no quererla ayudar. Matar es fácil, le dije, pero matar a alguien que no está vivo, no. No entendía, no entendió nada. ¿Cómo hablarle a alguien que no ha aprendido a hablar? ¿Cómo hablarle a alguien que se niega a escuchar? Ese es el verdadero problema, causa, cuerpo y consecuencia, en casi cualquier caso, la discrepancia entre el mensaje de un emisor y el mensaje del receptor, y más importante aún, lo que impedía que, yo especialmente, evitara que ella naciera siete años mas tardes.

Vamos, ¿Que iba alguien tan pequeño como yo a hacer? Las personas a mi alrededor, sus fantasmas, sus ángeles y ahora su descendencia no-nacida. Todo el mundo sobre mis hombros, sobre los hombros de un minúsculo gigante que nadie nota se está desmoronando lentamente. Una grieta en el corazón, dos en cada pecho y tres cada cabeza. Soy un monstruo. Lo veo en la borrosa reflexión de sus dos vibrantes almendras. Por eso lloran. Por eso siempre lloran todos a mi lado y por eso no hay historias felices, porque las historias felices solo están a lo lejos, donde yo no las puedo tocar y corromper con mis sangrientas manos. Todos deberían ocultar sus castillos de arena, estos pies no hacen sino derrumbarlos. Y soy bueno en ello. Ni vivo ni muerto lo iba a pensar alguna vez, pero si tengo una habilidad: manchar de negro lo que me rodea, escribir tragedias en cada página en blanco y lágrimas en cada cara sonriente.

Esta noche que se mueran todos y luego dejen de existir. Esta noche que la diminuta bebe viva, que nazca hoy mismo, se arrepienta de haber nacido y me odie desde ya sin haberlo hecho. Esta noche que se queme todo el café del universo y los adultos enloquezcan y exploten en una fiesta de confeti. Esta noche que se acabe el mundo mientras yo brindo desde mi cuarto solo, como siempre debí estar. Esta noche todos mis fantasmas se irán y dormiré en paz.

Como odio no estar más vivo tan solo para poder morir más.

lunes, 25 de octubre de 2010

La Octava

No entiendo el significado de la vida. Es inútil, es injusta, es mala, es una porquería. No quiero ser pesimista, pero al intentar ser realista es a veces imposible de evitar. Creer en el karma puede ayudar a tener fe, pero es probablemente la última cosa que uno quiere usar para intentar sacarle sentido al estar vivo. Los buenos reciben cosas buenas y los malos, cosas malas ¿Pero quien juzga que es bueno y que es malo? Tomaré una carta nada aleatoria y diré que realmente tal vez no importa. Los ingenieros tienen una técnica interesante, ingeniería inversa. Analizan algo que funciona y por la manera en la que lo hace, infieren que tiene adentro para poder así sacarle provecho: copiemos entonces a los enamorados y a los millonarios en todo lo que hacen, si para ellos funciona, nada debería impedir que para uno no.

Esta tarde estoy solo entre mis pensamientos, sentado dentro de un salón de clase solitario y acompañado por mis fantasmas. Ellos si me quieren, ellos siempre están ahí.

No ha sido un buen día el día de hoy. El despertador no sonó en la madrugada aun cuando la noche anterior lo programé como siempre lo hago. El café de la mañana estaba frio y me ignoraron cuando pedí que me dieran otro. La clase del mediodía fue larga y aburrida y el profesor dijo lo mucho que nos odiaba en palabras que no tenían que ver con ello. Tengo pensamientos oscuros, más oscuros de los normales, y mis fantasmas no hacen sino mirarme mal por ello. Les da rabia porque así como yo los leo, ellos se ven forzados a leerme. Ese infierno es en definitiva formidable.

Entre mis fantasmas hay uno extraterrestre. Al menos ella se considera tal. Es de una tierra opuesta, esa que siempre se esconde del otro lado del sol. La gente allá es buena, es sobria, es capaz. Allá vivir no es una farsa. Creería que ha ser un paraíso perfecto, pero si ella está aquí es porque desde el cielo también castigan. Después de todo, los ángeles también caen. Solo una pizca de envidia y eso fue todo lo que se necesitó. Sus ojos aun son verdes por ello.

Hoy su piel es negra, está quemada y las cicatrices aun son notables, aun esta vivas. Su cabello solía ser mono, hoy es invisible y fluye solo en el éter, ahí al lado de las lágrimas que no ha dejado caer. Me intenta decir su nombre, pero no sabe que yo no entiendo esas cosas, ella tampoco entiende esas cosas. Y es que ese es su punto débil, fue entender el mayor problema. Entender es para tontos, la gente inteligente no necesita de eso. La gente inteligente sabe sentir, la gente tonta solo lo intenta.

Parece que hubiera sido ayer, al menos eso es lo que yo siento. Desde pequeña ella siempre quiso lo mismo. Desde pequeña le habló directamente a Dios pidiéndole sus alas, pero Dios nunca le dijo nada. Al menos no somos los únicos con el honor de ser ignorados. Cuando suficientes años después su compañero de toda la vida recibió sus alas, alas que llevaban el nombre de ella, fue cuando su fe falló. Ella sabía lo que le pasaba a los ángeles que pierden fe, pero también sabía que era inevitable. Se sintió inútil y se sintió desdichada. La suerte no existe, pero más que nunca se sintió sin ella. Tal vez fue una prueba y la perdió. Los ingenieros tienen una técnica endemoniada, para probar algo, lo rompen. Yo perdí esa prueba. Tengo un hueco en mi pecho, el sentimiento es demasiado familiar, ella entró en un lugar oscuro, uno lleno de sombras y demonios. Ella solo necesitó a Dios y él le abandonó. Gracias, Dios, por tu constante ayuda.

Nadie estuvo allí para agarrar su mano. Solo necesitaba una luz y nadie nunca la traerá. En este mundo se está solo. Mientras el compañero de mi fantasma vuela entre su mundo rojo lleno de problemas de juguete, ella y yo nos quedamos solos creyendo que nos hacemos compañía. Los vivos no son para los vivos y los muertos no son para los muertos. Que idea tan equívoca. Que vida tan equívoca. ¿Cómo no preferir estar muerto? Ya me acostumbré a mi lugar oscuro. Allí, no hay café, en este salón tampoco. En algún momento habré de salir de él. Algunas cosas son solo cuestión de tiempo.

Que mierda que el tiempo corra tan lento cuando uno desea lo contrario. Otro infierno en definitiva formidable.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La Séptima

Hace rato no hablaba y es que no tenía nada que decir. Admito que también intenté dejar de pensar, pero esa tarea no pareció funcionar por más de dos instantes. Llevo meses sin tomar café y me está comenzando a afectar gravemente. Veo gente muerta, como el niño de esa película, y está comenzando a hacérseme difícil el ver los que aun están vivos. Aquel que piensa y habla me podría preguntar que como se la diferencia y si no fuera porque también dejé de oír, le respondería que realmente no lo sé. Una vez leí que no hay ninguna diferencia entre los vivos y los muertos sino la realidad en la que se encuentran. Tal vez yo estoy en la mitad, en ambas realidades. O tal vez estoy vivo y solo creo estar muerto. Me parecería muy triste estar muerto y creerme vivo.

Hace tiempo no sentía frio. Hace tiempo no sentía.

Anoche caminaba solo por entre dos calles. Un chico caminaba al lado mío. Solíamos ser amigos tiempo atrás, o al menos eso creía. El tiempo tiene la particularidad de cambiar las cosas. Uno no se puede mover libremente el tiempo, pero él se encarga de movernos a nosotros lo mas que puede. No le gusta ser ignorado y no le culpo, solo pocos disfrutamos eso.

Su nombre ya lo olvidé, pero puedo recordar que vestía de mi color favorito, ese que brilla más que el blanco y que algunos dicen es un verde rojizo, pero yo creo que es un amarillo purpurezco. Hubo más silencio que voz, pero fue suficiente para conversar lo que se necesitaba conversar. Una imagen vale más que mil palabras pero algunas miradas valen más que mil imágenes. Sin embargo esta mirada en particular solo valía una palabra y no sabía cuál era. Estaba en otro idioma, rimaba con arrepentimiento y tristeza y era sinónima de felicidad. Esa lengua era tan difícil de entender a veces.

Compró dos cervezas y yo compre dos con él. Más tarde comimos chocolates juntos. No recuerdo si eran míos o de él, creo recordar que el me brindó y yo los acepte, pero también recuerdo preguntarle si quería mas y oírle decir que si sin pensar un segundo. Se preguntó a sí mismo si estaba solo y si lo estaría también lo que le queda en su realidad y lo único que quise por un momento era decirle que no. Claramente el no me podía ver como yo lo veía a él. Claramente el no veía al chico de chaqueta negra y camisa rosada que aun lloraba en mi hombro ni su corazón roto que latía mas fuerte que los carros en la avenida contigua. Claramente su propia maquina bombeadora de sangre sonaba y brillaba mucho más fuerte.

Le comprendí.

Su historia era tan larga y complicada. Muy pocas personas la sabían y ni siquiera yo la podía entender tan rápidamente. A veces me sentía arrastrado hacia ella pero otras veces era yo quien actuaba y cambiaba la misma historia. Intentando escapar del rio cambiaba su curso. Era envolvente y confusa, justo como el amor. No era sorprendente, una maldición más que se obtiene al estar vivo. Amar, ser amado, odiar, ser odiado, cuatro sentimientos dentro de una misma experiencia que se llama respirar. Me siento tan afortunado de poder mantener la respiración por tanto tiempo, tal vez en una vida pasada fui un buen nadador.

El se fue a su casa mucho tiempo después. Una experiencia casi religiosa, como esa de esa canción. Lloré por lo que parecieron horas al verlo ir. La empatía era poderosa y preferí hacerlo yo antes de que lo hiciera el de nuevo: llevaba meses haciéndolo sin parar y la razón era más compleja que la razón por la que hoy volví a respirar y a tener frio. Mi corazón se quedó atrás cuando deje de vivir, pero el de él, que murió y lo puedo ver conmigo, sigue latiendo en su pecho. Un ritmo fulminante, una patética canción.

Recordé su nombre. Es una peste. Tal vez si me tomo un tinto en su honor lo olvide nuevamente: no puedo poner en riesgo que esas aurículas y esos ventrículos cobren vida una vez más. No quiero arrepentirme de esta decisión. Estar muerto no te ofrece diversión, pero tampoco trae más sufrimiento.

domingo, 22 de noviembre de 2009

La Sexta

Hay hombre sentado al otro lado de la acera mirándome profundamente. Me incomoda. Como si me viera y al mismo tiempo viera a través de mí. O tal vez soy yo quien lo mira a él, y es él el incomodo. No lo sé ya.

El está cansado, él ni siquiera sabe como está. Está cansado de vivir alrededor de su corazón, o de tener uno, más bien. Está cansado de sentir. No hace sino pensar y pensar lo mucho desea que se pudiese apagar esa parte del cuerpo por un tiempo. Así sea por tan solo cinco minutos, simplemente para descansar. Quiere tomar un respiro, cerrar los ojos y sentirse aliviado. Sentir no está mal, no. Querer y amar es tan hermoso, él lo sabe. Pero es como seguir echando agua en un vaso que ya se llenó. Todo se rebasa y el vaso solo se siente abrumado e inútil por no hacer las cosas bien. ¡Pero la culpa no es de él! ¿Pero de quien es entonces?

¿Quién es quién lo mantiene debajo del agua y no lo deja respirar? ¿Hay alguien moviendo todo desde arriba? ¿De verdad hay alguien tan malo como para hacerlo sentir así?

No le importa. Le entiendo, eso no es lo importante. Lo importante es él, siempre lo ha sido. El vive su vida a pesar de que la controle alguien más. Pero no sabe cómo seguir. No sabe qué hacer, como continuar. ¿Qué hacer? Es como intentar correr cuando tus piernas te fallan. Es ese vacío en el estomago que te dice que te dejes caer al suelo y descanses que luego te vuelves a levantar. Pero uno no se cae, no porque no quiera, sino porque no se puede. Ya quisiera saber yo como se puede hacer eso. Y es que pelear con una sensación indefinible, difícil. Porque lo es, indefinible. Cansancio es tan solo lo más parecido que hay, pero esa palabra, y casi cualquier otra que él conoce, y que yo, se quedan cortas para clasificar ese punto en especifico.

¡Solo con mirarlo lo siento yo también!

Ahora estoy confundido yo. No quiero sentir eso ya. ¿Cómo lo detengo? No lo sé, y es que el tampoco lo sabe. Tal vez no se puede detener. Tal vez el morir no detiene todo, sino solo la vida, y es que la muerte es solo eso, el final de la vida. Tal vez los sentimientos trascienden, de la misma forma que trascienden el cuerpo y se transmiten con miradas, sonrisas, abrazos y lagrimas. Es una enfermedad, sentir es una enfermedad. De las peores. No hay vacuna, no hay cura, no hay analgésicos. Solo aguantarla y ya. Perseverar y perseverar. Aquel que se atreva a decirle a alguien más que no aguanta nada y que se rinde muy fácil, está muy equivocado. Estar vivo es una prueba de ello. Estar muerto también lo es.

Ya no me mira, ahora solo mira el suelo. Creo que soy yo el que lo está haciendo. Es que el suelo está ahí, invitándome a acostarme y descansar. Pero nadie descansa nunca. ¿Dormir? De nada sirve dormir si no haces sino vivir un montón de sueños del que menos control tienes aun. Es un chiste, es un chiste de esos que nos hace la vida. Cuando el cuerpo descansa, la mente pone a tu corazón a sufrir. Todos esos mensajes subliminales de lo que no tienes, y que tal vez nunca tendrás. Y cuando lo logras tener, en el sueño, te lo quita, te despiertas. ¡Ja ja! Yo también me sé reir, yo también se actuar y alguien me dirá algún día que merezco un Oscar por ello. Ojalá te premiaran por vivir, últimamente solo castigan aquí.

Él ya no está. Se fue y yo también lo hice. Porque estamos cansados, todos los que lean y no lean, viven y no viven, todos estamos cansados, puedo estar seguro y apuesto la vida que no tengo en ello. Porque me quedé sin vida si no tengo para que vivirla. Aun sigo confundido si son mis sentimientos o son los del que me los transmitió por vía visual. Necesito gafas, de esas oscuras. No quiero ver miradas y no quiero ver sonrisas, no quiero a nadie que me recuerde el cansancio que tengo y las maletas que llevo por querer negar la verdad. Ni siquiera quiero un café y no me siento orgulloso de ello. No me siento orgulloso de nada ya, solo de mi corazón que sigue brillando, es que él persevera y yo no. Corazón, corazón, ¿Me enseñas?

domingo, 8 de noviembre de 2009

La Quinta

Siempre me he preguntado por qué nos gusta oír canciones tristes cuando estamos tristes. No es que nos alegren, obviamente no lo hacen. Debe ser porque nos sentimos identificados, porque nos hace saber que alguien más en alguna parte ya se sintió así… Que tonto. ¿Entonces cual es el punto de los amigos, si ya hay canciones para que nos consuelen y nos digan que es normal? Los seres humanos somos tan raros, tenemos más cosas de las que necesitamos y siempre queremos más. Me pregunto si será algo biológico o psicológico, tal vez ambas cosas son lo mismo. Como cuando uno tiene hambre, es una necesidad corporal, algo enteramente biológico, pero se manifiesta principalmente como un deseo psicológico de comer algo para sentirnos bien, y a la muestra está que siempre nos encontramos comiendo cuando queremos ahuyentar el malestar proveniente, usualmente, de la ansiedad. Completamente igual a la manera en que un perro aprende a dar la pata, porque lo asocia con el recibir un premio después.

Eso somos al final, perros en un mundo de hombres construido por otro perro más. Al menos el perro de esa niña de vestido si la quería, pero a veces siento que no tengo un perro que me quiera ni un dueño a quien querer. Claro, es que como alguien me va a querer, solo soy un fantasma mas deambulando en el pasillo de los vivos, ignorado, empujado y apartado, recluido a ver las vidas de los demás porque yo no encuentro la mía, se perdió hace tiempo y nadie nunca puso un aviso de que la encontró. Creo que nunca hubiera llamado si ese último hubiera sido el caso.

Al menos yo perdí mi propia vida por descuidado, pero esa madre que almuerza langostinos gratinados con salsa de tomate sola en la esquina del restaurante perdió la de alguien más unos años atrás. Ese el sol también brillaba como hoy por entre las nubes blancas del cielo. No había nada extraño en ese día, no había porque haber algo extraño. Su día empezaba con el suave olor de una taza de café caliente que botaba por el fregadero enseguida, solo hacia café por su olor pero nunca lo consumía, junto al cigarrillo decidió dejarlos cuando su esposo la abandonó por la niñera de los vecinos, esa que un par de veces también cuidó a su hijo de seis años, en ese entonces.

Hacer el desayuno, despertar a su bebé, así le decía, desayunar juntos, sacarle el uniforme del colegio mientras él se bañaba y luego esperar pacientemente en la sala para ver a su hijo salir por la puerta principal, no sin antes darle un beso en la frente y la bendición. La mayoría de las veces se sentaba otra vez por al menos cinco minutos mas diciéndose así misma lo rápido que crecen los hijos, recordando sus primeros pasos con esas botitas azules que le regaló su tía, sus primeras palabras que fueron una extraña combinación entre “mamá” y “arroz” o tal vez “agua”, otras veces duraba más de diez minutos e inclusive se le escapaban lagrimas si llegaba a recordar muchas imágenes que incluyeran a su ahora ex-esposo, que aunque ella lo había dejado de amar ya, nunca dejaba de recordarlo.

Lavar los platos, limpiar la casa allí y aquí, organizar el cuarto de su bebé, revisar que aun estén la misma cantidad de condones dentro de las revistas de deporte desde la última vez que revisó, en tres horas ya había terminado todas las labores de la casa y comenzaba entonces a organizar su propio almuerzo, su bebé almorzaba todos los días en el colegio. Ese día hizo papas a la francesa y calentó carne de hace dos días, pero fue justo después de que mordió el segundo bocado de comida y tomó el primer sorbo de jugo que el teléfono sonó para su asombro. Ella no era de las que contestaba el teléfono si estaba comiendo, era de mala educación llamar al mediodía a hora de almuerzo, pero ella no era de las que tenía amigos o familiares que le llamaran de todas formas, desde hace varios años el teléfono solo sonaba para su bebé. Fue por eso que después de un tercer bocado de comida y un cuarto sorbo de jugo que decidió contestar de todas formas.

Apenas colgó se quedó congelada al lado del teléfono. No sabía qué hacer o cómo reaccionar, y no era como la vez q descubrió mojada la sabana de su bebé en plena pubertad, tampoco como la vez que la llamaron del colegio de él para decirle que se había peleado con un niño de un grado mayor, no, esta situación era una de esas que nunca aparecería en un manual para ser madre. Tenía que reaccionar, tenía que improvisar, la vida se trata de ello, pero no quería. Quería despertar en la cama a las tres de la madrugada y que todo fuese solo una pesadilla, pero por mas que se quedaba allí de pie, simplemente no pasaba. Parecían una eternidad los cortos diez segundos que duró allí, pero pareció aun más largo el tiempo en que duró el taxi en llegar a la clínica de la que la habían llamado para decirle que su hijo había estado en un accidente de tránsito en la mañana mientras se dirigía al colegio, aparentemente tan solo hasta el mediodía se habían podido comunicar con ella.

Cuando llego a donde su bebé se encontraba el aun estaba vivo y tan solo unos minutos antes de que el cerrara los ojos por última vez, le agarró la mano a ella y le dijo, somnoliento, que todo iba a estar bien y que en un par de días iban a estar comiendo langostinos, su comida preferida, y habrán olvidado todo. Ella lloró de la misma forma que lo hacía ahora mientras almorzaba sola en la esquina, lenta y silenciosamente, disimulando los nudos en la garganta con una taza grande y caliente de expresso mientras miraba al frente, recordando los primeros pasos de su bebe en esas botas azules y esa extraña palabra que por primera vez salió de su boca. Creo que por primera vez ver a alguien consumiendo cafeína no me dan ganas de consumir a mi también. No quiero sentir alguna vez lo que esa madre siente, aun cuando ya sé que eso nunca habrá de pasar, prefiero dejar mi vida tan perdida como está.

miércoles, 21 de octubre de 2009

La Cuarta

Es una de esas noches frías. Últimamente todas lo son. A veces me pregunto porque, rechazando las explicaciones científicas de algún tipo, como las odio, le quitan la magia a la vida, y me doy cuenta que realmente no sé porque tengo frio. Uso una chaqueta blanca bastante gruesa, mi preferida, y hace unas dos horas ingresé cafeína caliente a mi cuerpo, pero el frio sigue ahí. Pensándolo mejor, el frio lleva ahí mucho tiempo, como persiguiéndome, como esperando a que este callado y solo para atacarme y hacerme temblar. Le da miedo atacarme cuando no estoy solo, aun si hay gente alrededor, eso lo sé, y también sé que el odia que tomé café, porque sabe que me gusta y que lo aleja.

Una vida llena de frio, por más chaquetas que use y cobijas que me ponga, sigo frio.

En cambio él, el no tiene frio. El tiene una sonrisa en la cara, de oreja a oreja, y con esa espanta al frio. Es que brilla tanto que en realidad pareciera que es lo único que viste, una sonrisa iluminada desde adentro de sí mismo. Esperando el bus en la misma parada que yo, se le puede notar que eso es lo único en lo que nos parecemos. Si, el es feliz y yo aun lo dudo.

Esta mañana despertó sabiendo que era un buen día, sin saber cómo o porqué. Lo primero que pasó por su mente es que hoy sería su día. Unos diez minutos, tal vez quince, ya lo había olvidado. Entre la rutina de cuarto-baño-comedor-cuarto de todas las mañanas se le esfumó el primer pensamiento positivo del día, desplazado por todas las preocupaciones de las que hoy debía ocuparse, para no tener que preocuparse mañana, decía él. Pero mañana sería igual, despertaría con un pensamiento positivo que habría de olvidar en su rutina diaria y al final del día se preguntaría que fue eso que pensó en la mañana que le hizo sonreír. No sabía si alegrarme por el o sentirme mal. Al menos el iniciaba su día con el pie derecho y algunas noches, esas como esta, llena de frio persiguiendo a los desdichados como yo, el terminaba su rutina con una sonrisa incandescente.

Era hermoso como brillaba bajo la luna contándole su historia, con tan solo su sonrisa, a todos los que se preocuparan por escuchar el silencio. El no tenia familia ni amigos, tampoco seres queridos ni algo parecido, solo vivía y trabajaba para sí mismo y esto le deprimía. Cuando era niño quería ser rico y famoso, como muchos otros niños, también se imaginaba casado y con una familia para los treinta y cinco, criando a una pareja de gemelos que a veces cambiaba, en su pensamiento, por un niño y su hermanita dos o tres años menor. Su esposa seria ama de casa y el llegaría todos los días del trabajo con un maletín ejecutivo con una sonrisa en la cara para darle un abrazo a su esposa, todo dentro de una secuencia de una película americana de los cincuenta con tonalidades cálidas. La vida perfecta. El no quería más y no pedía menos.

Por muchos años fue así. Creció, maduró, y aun tenía el mismo sueño y la misma meta, bueno, tal vez aplazó un poco más la edad para la que quería que eso pasase y un par de veces le cambió el color de cabello a su esposa perfecta de pelirroja a rubia y una vez la imagino con el cabello de color chocolate. Hoy bajo la luz naranja y parpadeante de la calle, él tenía veintinueve años y casi una decena de meses y su sueño seguía intacto.

No había la más mínima posibilidad, y de hecho nunca lo lograría, no, el ya tenía su vida escrita en un papel, y no había una familia perfecta escrita en el. Él lo sabía. El sabia que sus sueños siempre serían sueños, que por más que lo intentara el moriría de setenta y cuatro años, o de pronto setenta y cinco, solo en una cama, de forma tranquila mientras dormía, mientras soñaba todo lo que nunca tuvo pero aun soñaba con tener algún día. Eso era lo que lo hacía distinto, lo que hacía al hombre que esperaba a mi lado el bus que toma media ciudad a esta hora para regresar a sus casas igual que él sea alguien completamente distinto a mí, y distinto a muchos otros que conozco. El vivía por vivir mirando hacia el frente, sin pensar en el presente, casi como si viviera en sus sueños y solo despertara para poder esperar el momento en que soñase otra vez, aunque en realidad lo hacía a diario, despierto.

Llega a tener un cierto sentido. Se puede ser feliz sin serlo de verdad, con tan solo el sueño de que algún día todo puede cambiar, aun si sabes que el sueño siempre será un sueño. Pero es difícil. Es triste, ser feliz sin serlo de verdad, despertar todos los días diciendo que mañana será mejor, viviendo en una ilusión y negando la realidad. En realidad la realidad no vale tanto. Más vale ser feliz y vivir en una mentira con una sonrisa incandescente bajo la luz de la luna que en la realidad, acompañado solo del frio que espera el siguiente momento para atacar. Creo que esta noche quiero un cappuccino antes de ir a casa, aun tengo frio y me recuerda a mi papá.

miércoles, 7 de octubre de 2009

La Tercera

Hay una misa de esas especiales hoy en la universidad. Aparentemente alguno de los estudiantes se suicidó hace un par de días. ¿Será que este mes es popular para morir? La semana pasada murió también otro, pero a ese no le hicieron misa, tal vez no era tan querido o tal vez nunca nadie se dio cuenta. Algunos de mis amigos piensan ir a la ceremonia, pero yo no. No hay nada más triste que ver a gente triste estando triste, bueno, excepto cuando tu eres uno de los que esta triste. Pero hoy yo no lo estoy, puede que haya tenido que aguantar tres horas seguidas de ciencias políticas y puede que esta mañana no haya podido tomar café porque mi cafetería preferida estaba cerrada, hoy era un día feliz.

Tengo una o dos horas de descanso antes de la siguiente clase, las debo aprovechar. Podría comenzar a adelantar trabajos o a revisar mi correo, pero hay una niña de menos de un metro de altura que no me deja de mirar de arriba abajo. Usa un vestido blanco con lazos grises, de esos de los viejos que, aparentemente, cada mamá uso alguna vez, de esos de los que cada niña que conozco tiene una foto vestida así. En la mano derecha tiene agarrado un gorro redondo y grande que combina con su vestido, y el brazo derecho lo mantiene doblado para sostener un bolso gris en el que solo lleva dulces y un celular rosado de juguete. Ella me sigue mirando y no deja de hacerlo hasta que un señor, alto y bastante gordo, la agarra de la mano y la hala hacia el auditorio, la misa esta por empezar.

La niña del bolso gris tiene una sonrisa en la cara y es tal vez la única en todo el lugar que posee una, como un punto blanco entre todos los vestidos negros. Ella no entiende aun que está pasando. Tal vez si lo entendiera no estuviera tan feliz, o tal vez si lo estaría, después de todo está estrenando ese vestido blanco que tanto le rogó a su mamá que le comprara un par de meses atrás, ese que la hacía sentir como si fuera la novia de su propio matrimonio. Tan joven pensando en el matrimonio. Tan joven en su primer misa en honor a un muerto.

Pero la verdad era que esta no era la primera vez que la muerte rodeaba a la niña de blanco, y con seguridad no habría de ser la última, hace dos años su mejor amigo, ese perro que le compraron cuando tenía tan solo un año, había sido atropellado a un par de cuadras de su casa mientras su mamá, quien se descuidó unos segundos porque contestaba por celular una llamada del hombre al que amaba, lo sacaba a caminar como hacia a diario mientras su esposo se acostaba a dormir después de un largo día de trabajo. Sin embargo la muerte de la única persona que le comprendía, su perro, nunca fue asunto de tristeza para ella como lo es para todos los demás presentes en el auditorio, su perro estaba ahora en una granja inmensa y verde, donde una pareja de ancianitos lo cuidaba y amaba de la misma forma que ella lo hacía. Ella comprendía que el perro había tomado la decisión de partir y estaba feliz con ella, ella también lo estaba.

Hace cuatro días ella le escribió, lo extrañaba y amaba, quería que el también le escribiese y le dijera como estaba, como lo trataba la pareja de ancianitos, y esta vez, a diferencia de las veces anteriores, mando un hueso, de esos de los marrones, porque ella decía que esos eran sus preferidos, junto a la carta para que cuando lo mordiera y jugara con él, el se acordara de ella así como cuando ella se acuerda de el todas las noches al dormir abrazando la camisita azul cielo que le compró la vez que estuvo con su familia en Argentina, visitando a la familia de su papá.

Había días en los que se entristecía porque su perro no estaba, pero ella sabía que él estaba más feliz ahora, ella sabía que no podía ser egoísta e intentar buscar solo la felicidad de ella, su profesora le había dicho que a papá Dios no le gustaba el egoísmo, y un par de minutos después la sonrisa que tanto iluminaba la cara de su papá, esa que hacía el mismo efecto en mamá cuando el compañero de trabajo de papá llamaba a mamá por las noches, aparecía nuevamente en su cara. Su profesora también le había dicho que estar triste no le gustaba a papá Dios.

Lo que ella no sabía, y no tenia porque saber, era que ella nunca estaba sola, tenía en su corazón el sentimiento más hermoso que algún día iba a conocer y ese la mantenía unida a alguien que la quería a ella como nadie más lo hacía, ni siquiera sus papas, ese pequeño french poodle blanco que le desacomodaba la falda al pararse en dos patas para apoyarse en ella, intentando llamar la atención de la niña, tan solo segundos antes de que ella se la acomodara otra vez, pensando que es el viento pasando por sus piernas.

Quisiera ser como ella, ser feliz y relucir sin tener que esforzarme o intentarlo. La vida es tan simple cuando uno es pequeño, no tiene sentido que tengamos que crecer. No tiene sentido. Tampoco tiene sentido que esté aquí sentado mirando hacia la entrada del auditorio mientras debería adelantar trabajos. Pero la vida no tiene sentido, ¿Y quién soy yo para intentar vivirla con él? De pronto ya abrieron mi cafetería preferida, mejor voy a revisar.