domingo, 22 de noviembre de 2009

La Sexta

Hay hombre sentado al otro lado de la acera mirándome profundamente. Me incomoda. Como si me viera y al mismo tiempo viera a través de mí. O tal vez soy yo quien lo mira a él, y es él el incomodo. No lo sé ya.

El está cansado, él ni siquiera sabe como está. Está cansado de vivir alrededor de su corazón, o de tener uno, más bien. Está cansado de sentir. No hace sino pensar y pensar lo mucho desea que se pudiese apagar esa parte del cuerpo por un tiempo. Así sea por tan solo cinco minutos, simplemente para descansar. Quiere tomar un respiro, cerrar los ojos y sentirse aliviado. Sentir no está mal, no. Querer y amar es tan hermoso, él lo sabe. Pero es como seguir echando agua en un vaso que ya se llenó. Todo se rebasa y el vaso solo se siente abrumado e inútil por no hacer las cosas bien. ¡Pero la culpa no es de él! ¿Pero de quien es entonces?

¿Quién es quién lo mantiene debajo del agua y no lo deja respirar? ¿Hay alguien moviendo todo desde arriba? ¿De verdad hay alguien tan malo como para hacerlo sentir así?

No le importa. Le entiendo, eso no es lo importante. Lo importante es él, siempre lo ha sido. El vive su vida a pesar de que la controle alguien más. Pero no sabe cómo seguir. No sabe qué hacer, como continuar. ¿Qué hacer? Es como intentar correr cuando tus piernas te fallan. Es ese vacío en el estomago que te dice que te dejes caer al suelo y descanses que luego te vuelves a levantar. Pero uno no se cae, no porque no quiera, sino porque no se puede. Ya quisiera saber yo como se puede hacer eso. Y es que pelear con una sensación indefinible, difícil. Porque lo es, indefinible. Cansancio es tan solo lo más parecido que hay, pero esa palabra, y casi cualquier otra que él conoce, y que yo, se quedan cortas para clasificar ese punto en especifico.

¡Solo con mirarlo lo siento yo también!

Ahora estoy confundido yo. No quiero sentir eso ya. ¿Cómo lo detengo? No lo sé, y es que el tampoco lo sabe. Tal vez no se puede detener. Tal vez el morir no detiene todo, sino solo la vida, y es que la muerte es solo eso, el final de la vida. Tal vez los sentimientos trascienden, de la misma forma que trascienden el cuerpo y se transmiten con miradas, sonrisas, abrazos y lagrimas. Es una enfermedad, sentir es una enfermedad. De las peores. No hay vacuna, no hay cura, no hay analgésicos. Solo aguantarla y ya. Perseverar y perseverar. Aquel que se atreva a decirle a alguien más que no aguanta nada y que se rinde muy fácil, está muy equivocado. Estar vivo es una prueba de ello. Estar muerto también lo es.

Ya no me mira, ahora solo mira el suelo. Creo que soy yo el que lo está haciendo. Es que el suelo está ahí, invitándome a acostarme y descansar. Pero nadie descansa nunca. ¿Dormir? De nada sirve dormir si no haces sino vivir un montón de sueños del que menos control tienes aun. Es un chiste, es un chiste de esos que nos hace la vida. Cuando el cuerpo descansa, la mente pone a tu corazón a sufrir. Todos esos mensajes subliminales de lo que no tienes, y que tal vez nunca tendrás. Y cuando lo logras tener, en el sueño, te lo quita, te despiertas. ¡Ja ja! Yo también me sé reir, yo también se actuar y alguien me dirá algún día que merezco un Oscar por ello. Ojalá te premiaran por vivir, últimamente solo castigan aquí.

Él ya no está. Se fue y yo también lo hice. Porque estamos cansados, todos los que lean y no lean, viven y no viven, todos estamos cansados, puedo estar seguro y apuesto la vida que no tengo en ello. Porque me quedé sin vida si no tengo para que vivirla. Aun sigo confundido si son mis sentimientos o son los del que me los transmitió por vía visual. Necesito gafas, de esas oscuras. No quiero ver miradas y no quiero ver sonrisas, no quiero a nadie que me recuerde el cansancio que tengo y las maletas que llevo por querer negar la verdad. Ni siquiera quiero un café y no me siento orgulloso de ello. No me siento orgulloso de nada ya, solo de mi corazón que sigue brillando, es que él persevera y yo no. Corazón, corazón, ¿Me enseñas?

domingo, 8 de noviembre de 2009

La Quinta

Siempre me he preguntado por qué nos gusta oír canciones tristes cuando estamos tristes. No es que nos alegren, obviamente no lo hacen. Debe ser porque nos sentimos identificados, porque nos hace saber que alguien más en alguna parte ya se sintió así… Que tonto. ¿Entonces cual es el punto de los amigos, si ya hay canciones para que nos consuelen y nos digan que es normal? Los seres humanos somos tan raros, tenemos más cosas de las que necesitamos y siempre queremos más. Me pregunto si será algo biológico o psicológico, tal vez ambas cosas son lo mismo. Como cuando uno tiene hambre, es una necesidad corporal, algo enteramente biológico, pero se manifiesta principalmente como un deseo psicológico de comer algo para sentirnos bien, y a la muestra está que siempre nos encontramos comiendo cuando queremos ahuyentar el malestar proveniente, usualmente, de la ansiedad. Completamente igual a la manera en que un perro aprende a dar la pata, porque lo asocia con el recibir un premio después.

Eso somos al final, perros en un mundo de hombres construido por otro perro más. Al menos el perro de esa niña de vestido si la quería, pero a veces siento que no tengo un perro que me quiera ni un dueño a quien querer. Claro, es que como alguien me va a querer, solo soy un fantasma mas deambulando en el pasillo de los vivos, ignorado, empujado y apartado, recluido a ver las vidas de los demás porque yo no encuentro la mía, se perdió hace tiempo y nadie nunca puso un aviso de que la encontró. Creo que nunca hubiera llamado si ese último hubiera sido el caso.

Al menos yo perdí mi propia vida por descuidado, pero esa madre que almuerza langostinos gratinados con salsa de tomate sola en la esquina del restaurante perdió la de alguien más unos años atrás. Ese el sol también brillaba como hoy por entre las nubes blancas del cielo. No había nada extraño en ese día, no había porque haber algo extraño. Su día empezaba con el suave olor de una taza de café caliente que botaba por el fregadero enseguida, solo hacia café por su olor pero nunca lo consumía, junto al cigarrillo decidió dejarlos cuando su esposo la abandonó por la niñera de los vecinos, esa que un par de veces también cuidó a su hijo de seis años, en ese entonces.

Hacer el desayuno, despertar a su bebé, así le decía, desayunar juntos, sacarle el uniforme del colegio mientras él se bañaba y luego esperar pacientemente en la sala para ver a su hijo salir por la puerta principal, no sin antes darle un beso en la frente y la bendición. La mayoría de las veces se sentaba otra vez por al menos cinco minutos mas diciéndose así misma lo rápido que crecen los hijos, recordando sus primeros pasos con esas botitas azules que le regaló su tía, sus primeras palabras que fueron una extraña combinación entre “mamá” y “arroz” o tal vez “agua”, otras veces duraba más de diez minutos e inclusive se le escapaban lagrimas si llegaba a recordar muchas imágenes que incluyeran a su ahora ex-esposo, que aunque ella lo había dejado de amar ya, nunca dejaba de recordarlo.

Lavar los platos, limpiar la casa allí y aquí, organizar el cuarto de su bebé, revisar que aun estén la misma cantidad de condones dentro de las revistas de deporte desde la última vez que revisó, en tres horas ya había terminado todas las labores de la casa y comenzaba entonces a organizar su propio almuerzo, su bebé almorzaba todos los días en el colegio. Ese día hizo papas a la francesa y calentó carne de hace dos días, pero fue justo después de que mordió el segundo bocado de comida y tomó el primer sorbo de jugo que el teléfono sonó para su asombro. Ella no era de las que contestaba el teléfono si estaba comiendo, era de mala educación llamar al mediodía a hora de almuerzo, pero ella no era de las que tenía amigos o familiares que le llamaran de todas formas, desde hace varios años el teléfono solo sonaba para su bebé. Fue por eso que después de un tercer bocado de comida y un cuarto sorbo de jugo que decidió contestar de todas formas.

Apenas colgó se quedó congelada al lado del teléfono. No sabía qué hacer o cómo reaccionar, y no era como la vez q descubrió mojada la sabana de su bebé en plena pubertad, tampoco como la vez que la llamaron del colegio de él para decirle que se había peleado con un niño de un grado mayor, no, esta situación era una de esas que nunca aparecería en un manual para ser madre. Tenía que reaccionar, tenía que improvisar, la vida se trata de ello, pero no quería. Quería despertar en la cama a las tres de la madrugada y que todo fuese solo una pesadilla, pero por mas que se quedaba allí de pie, simplemente no pasaba. Parecían una eternidad los cortos diez segundos que duró allí, pero pareció aun más largo el tiempo en que duró el taxi en llegar a la clínica de la que la habían llamado para decirle que su hijo había estado en un accidente de tránsito en la mañana mientras se dirigía al colegio, aparentemente tan solo hasta el mediodía se habían podido comunicar con ella.

Cuando llego a donde su bebé se encontraba el aun estaba vivo y tan solo unos minutos antes de que el cerrara los ojos por última vez, le agarró la mano a ella y le dijo, somnoliento, que todo iba a estar bien y que en un par de días iban a estar comiendo langostinos, su comida preferida, y habrán olvidado todo. Ella lloró de la misma forma que lo hacía ahora mientras almorzaba sola en la esquina, lenta y silenciosamente, disimulando los nudos en la garganta con una taza grande y caliente de expresso mientras miraba al frente, recordando los primeros pasos de su bebe en esas botas azules y esa extraña palabra que por primera vez salió de su boca. Creo que por primera vez ver a alguien consumiendo cafeína no me dan ganas de consumir a mi también. No quiero sentir alguna vez lo que esa madre siente, aun cuando ya sé que eso nunca habrá de pasar, prefiero dejar mi vida tan perdida como está.