miércoles, 21 de octubre de 2009

La Cuarta

Es una de esas noches frías. Últimamente todas lo son. A veces me pregunto porque, rechazando las explicaciones científicas de algún tipo, como las odio, le quitan la magia a la vida, y me doy cuenta que realmente no sé porque tengo frio. Uso una chaqueta blanca bastante gruesa, mi preferida, y hace unas dos horas ingresé cafeína caliente a mi cuerpo, pero el frio sigue ahí. Pensándolo mejor, el frio lleva ahí mucho tiempo, como persiguiéndome, como esperando a que este callado y solo para atacarme y hacerme temblar. Le da miedo atacarme cuando no estoy solo, aun si hay gente alrededor, eso lo sé, y también sé que el odia que tomé café, porque sabe que me gusta y que lo aleja.

Una vida llena de frio, por más chaquetas que use y cobijas que me ponga, sigo frio.

En cambio él, el no tiene frio. El tiene una sonrisa en la cara, de oreja a oreja, y con esa espanta al frio. Es que brilla tanto que en realidad pareciera que es lo único que viste, una sonrisa iluminada desde adentro de sí mismo. Esperando el bus en la misma parada que yo, se le puede notar que eso es lo único en lo que nos parecemos. Si, el es feliz y yo aun lo dudo.

Esta mañana despertó sabiendo que era un buen día, sin saber cómo o porqué. Lo primero que pasó por su mente es que hoy sería su día. Unos diez minutos, tal vez quince, ya lo había olvidado. Entre la rutina de cuarto-baño-comedor-cuarto de todas las mañanas se le esfumó el primer pensamiento positivo del día, desplazado por todas las preocupaciones de las que hoy debía ocuparse, para no tener que preocuparse mañana, decía él. Pero mañana sería igual, despertaría con un pensamiento positivo que habría de olvidar en su rutina diaria y al final del día se preguntaría que fue eso que pensó en la mañana que le hizo sonreír. No sabía si alegrarme por el o sentirme mal. Al menos el iniciaba su día con el pie derecho y algunas noches, esas como esta, llena de frio persiguiendo a los desdichados como yo, el terminaba su rutina con una sonrisa incandescente.

Era hermoso como brillaba bajo la luna contándole su historia, con tan solo su sonrisa, a todos los que se preocuparan por escuchar el silencio. El no tenia familia ni amigos, tampoco seres queridos ni algo parecido, solo vivía y trabajaba para sí mismo y esto le deprimía. Cuando era niño quería ser rico y famoso, como muchos otros niños, también se imaginaba casado y con una familia para los treinta y cinco, criando a una pareja de gemelos que a veces cambiaba, en su pensamiento, por un niño y su hermanita dos o tres años menor. Su esposa seria ama de casa y el llegaría todos los días del trabajo con un maletín ejecutivo con una sonrisa en la cara para darle un abrazo a su esposa, todo dentro de una secuencia de una película americana de los cincuenta con tonalidades cálidas. La vida perfecta. El no quería más y no pedía menos.

Por muchos años fue así. Creció, maduró, y aun tenía el mismo sueño y la misma meta, bueno, tal vez aplazó un poco más la edad para la que quería que eso pasase y un par de veces le cambió el color de cabello a su esposa perfecta de pelirroja a rubia y una vez la imagino con el cabello de color chocolate. Hoy bajo la luz naranja y parpadeante de la calle, él tenía veintinueve años y casi una decena de meses y su sueño seguía intacto.

No había la más mínima posibilidad, y de hecho nunca lo lograría, no, el ya tenía su vida escrita en un papel, y no había una familia perfecta escrita en el. Él lo sabía. El sabia que sus sueños siempre serían sueños, que por más que lo intentara el moriría de setenta y cuatro años, o de pronto setenta y cinco, solo en una cama, de forma tranquila mientras dormía, mientras soñaba todo lo que nunca tuvo pero aun soñaba con tener algún día. Eso era lo que lo hacía distinto, lo que hacía al hombre que esperaba a mi lado el bus que toma media ciudad a esta hora para regresar a sus casas igual que él sea alguien completamente distinto a mí, y distinto a muchos otros que conozco. El vivía por vivir mirando hacia el frente, sin pensar en el presente, casi como si viviera en sus sueños y solo despertara para poder esperar el momento en que soñase otra vez, aunque en realidad lo hacía a diario, despierto.

Llega a tener un cierto sentido. Se puede ser feliz sin serlo de verdad, con tan solo el sueño de que algún día todo puede cambiar, aun si sabes que el sueño siempre será un sueño. Pero es difícil. Es triste, ser feliz sin serlo de verdad, despertar todos los días diciendo que mañana será mejor, viviendo en una ilusión y negando la realidad. En realidad la realidad no vale tanto. Más vale ser feliz y vivir en una mentira con una sonrisa incandescente bajo la luz de la luna que en la realidad, acompañado solo del frio que espera el siguiente momento para atacar. Creo que esta noche quiero un cappuccino antes de ir a casa, aun tengo frio y me recuerda a mi papá.

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